Dejé una mujer plantada en un bar.


Al caer la noche me preparaba para salir de mi casa, como siempre vistiendo ropa fina y zapatos nuevos, seguro que hoy iba a tener un poco de suerte, ansioso por hablarle de todo lo que me ha pasado, desesperado por darle un beso, un solo beso en esos hermosos labios, ya son años a su lado y aún no logro despertar de este hechizo que algunos ingenios han querido llamar “enamoramiento” otros locos aún lo han llamado “amor”, yo solamente lo llamo, vivir.

Una tristeza se siente en la noche, un frío que no siento desde la última vez que corrí desnudo por la calle, en eso tenía 5 años claro está, hoy en día no creo que correr desnudo inspire la misma gracia que hace unos cuantos años atrás además de ganarme que alguien llame a la policía.

Me demoré, pues quise pasar por una rosa, su flor favorita, y antes de que pienses, “claro, que trillado”, te voy a explicar porque. Pues resulta que una vez, antes de que el tiempo me diera el gusto de llamarla “mi amor”, ella tenía su propio presente, que solemos llamar pasado, y corriendo por un jardín una vez cayó sobre un rosal, cortándose las manos con las espinas, sus heridas eran muy profundas y la llevaron al hospital; ¿quien la llevó?, eso no es importante. Esperando casi 30 minutos en emergencias la atendieron, le hicieron varias puntadas en su mano derecha y la dejaron descansar en una banca esa noche, por lo menos hasta que un borracho se tropezó con sus piernas, y déjenme decir, que hermosas piernas. A pesar de estar borracho, ¿Cómo? no sé, llegué a cautivarla, y gracias a unas cuantas rosas (sin tomar en cuenta el ron) llegue a conocerla.

Entonces, porque no, una rosa para empezar y luego una botella de ron para cerrar la noche, esta noche tan especial que hoy queremos celebrar. Tomé un taxi y le di una dirección, la sonrisa de idiota con la rosa en la mano lograron una risa del taxista, que luego añadió que nunca volvió a regalarle una rosa a su esposa; le dije que yo tampoco. Pues quien sabe, tal vez, solo tal vez, ese taxista le compre una rosa a su esposa esta noche. Mientras iba en el taxi recordé más esa noche, entre mareos y manos lastimadas, llegamos a hablar de todo, algo que agradezco porque no era una buena noche, pero como dije anteriormente, ella logró que ese “tal vez” que uno espera toda su vida, fuese real y me distrajo por unos momentos. Han pasado años ya desde esa noche, esa noche contradictoria donde la conocí, donde fue la calma después de una gran tormenta, una tormenta la cual hoy sigue teniendo sus momentos fuertes de recuerdos, donde tal vez, solo tal vez, algún día deje de recordar.

Vaya suerte, cuando vas mas tarde los semáforos desfilan de rojo y el reloj parece correr una maratón. Cerca del lugar donde decidí encontrarla, miro la hora y con esas coincidencias extrañas, es la misma hora a la que llegué aquella vez al  hospital.

Aquella noche un amigo y yo habíamos tomado demás, y tuvimos un accidente en su auto, ya entendieron por qué yo estaba en el hospital cuando ella se cortó la mano con la rosa, mi amigo quedó mal pero sobrevivió, más sin embargo fuimos responsables de separar el amor por un poco de licor. No fui yo quien iba manejando, más sin embargo soy culpable por haberlo dejado manejar, y en una curva donde mi destino marcó un camino diferente el cual nunca iba a adivinar donde iba a parar, chocamos de frente contra otro auto, unas risas se convirtieron en llanto, mientras un esposo destrozado miraba como su esposa lo dejaba esa noche. Sus nombres no son de importancia, y esa mujer murió en el lugar donde nuestras vidas se cruzaron.

Aquí es, le dije al taxista, donde se vio extrañado, mi forma de vestir para tal lugar, seguro pensó que iría a algún bar famoso o un restaurante lujoso, siendo profesional me cobro demás, pero si algo me enseñó esta mi hermosa mujer, es dar sin esperar recibir algo a cambio. Mi teléfono suena, es un viejo amigo, no le contestaré aunque una duda pasó por mi mente, podría ser algo importante, una emergencia pero mi indecisión duró lo suficiente para que el celular dejase de timbrar. Pues bueno, he llegado, estoy nervioso, no sé, siempre que la veo me emociono demasiado, es simplemente hermosa y la esperanza siempre brinda un poco de emoción. Entro al lugar donde la recepcionista me reconoce de inmediato, me saluda pues son tantas las veces que he venido aquí, y me dirige hacía donde está ella esperándome.

Mientras camino recuerdo lo mismo que recuerdo cada vez que camino por este pasillo, cuando después de conocerla los años pasaron, y siempre estuve a su lado, vivimos tantas cosas, buenas y malas, risas y llanto, pero juntos, siempre juntos. Más sin embargo una noche marcó nuestras vidas (así es, otra noche), una noche aparte de la noche que nos conocimos, esa noche que mi pasado tomó venganza, y volvió de la peor manera posible. Cenando en casa, un sonido que hasta el día de hoy desprecio, hace que nos separemos, el timbre de la casa. Ella se levanta para mirar quien es, mientras yo nuevamente con mi trago preferido en la mano, espero. Tocando a mi puerta como la muerte toca nuestras vidas, estaba el sujeto aquel que perdió su mujer en un accidente, pasado de copas y con un arma en mano mientras mi esposa abría la puerta con su sonrisa que no he vuelto a ver, sus ojos se apagaron esa noche con su sonido fuerte proveniente de su arma, seguido por un chaos, gritos y más disparos, el señor decidió ir a visitar a su mujer fallecida y se pegó un tiro.

Ya llegamos, me dice la enfermera, entro a su cuarto nervioso, y la miro con dulzura, ahí acostada, dormida, para algunos locos “en coma” para mi, dormida. Coloco su rosa en su mano donde ya no se nota la cicatriz, beso sus labios mientras una lágrima mía besa su mejilla. Me siento a su lado y empiezo a contarle mi vida, mientras abro la botella y lleno mi vaso, pues él de ella ya está vacío.

Vuelve a sonar mi celular, esta vez contesto:
-donde estás -pregunta mi amigo-
-donde crees que estoy –hago una pausa- y perdón amigo mío, pero dile a tu amiga, que no podré llegar esta noche.

Autor: Javier Soto aka Javo

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