Cuatro pajaritos

Qué pensás? —preguntó la niña, acostada junto a él en el césped.

En todo, en la vida, en la muerte, pienso mucho en la muerte —confesó el niño

¿Cómo te la imaginás? —preguntó ella.

Ese es el problema, que no sé cómo imaginarla —respondió el niño— Tengo miedo.

Cerrá los ojos —dijo la niña— no los podés abrir por nada del mundo. Prometémelo.

Te lo prometo —respondió el niño en voz baja dubitativo.

La niña se inclinó hacia adelante, acercó la bolsa de tela que tenía a su lado, introdujo ambas manos y sacó de ella dos pajaritos. Tomó uno y lo colocó en el pecho del niño, que seguía acostado. El otro lo sostuvo en su mano, se acostó nuevamente a la par de él y lo colocó en su propio pecho.

¿Qué es? —preguntó el niño.

Son dos pajaritos —respondió la niña

¿Por qué no se mueven? —preguntó él.

Porque están muertos —le aclaró ella.

¿Qué? ¿Por qué estás haciendo esto? —preguntó el niño exaltado.

Quiero que sea tu amigo —le explicó la niña con calma.

Eso es muy cruel, no sabés lo que se siente saber que te vas a morir —dijo el niño con una profunda tristeza.

Todos sabemos que nos vamos a morir ¿Qué te hace pensar que no lo estoy ya? —le preguntó la niña mientras acariciaba el pajarito que sostenía en su pecho.

¿Pensás seguir viniendo a caminar todos los días al bosque cuando yo ya no esté? —le preguntó el niño con curiosidad.

Si, me encanta el olor del bosque —respondió la niña— ¿Podés olerlo en este momento?.

El niño inhaló con fuerza inflando su pecho de aire, pero el aroma que percibía era muy leve, más leve cada vez que inhalaba. Lo intentó hasta que se quedó dormido.

Cuando abrió los ojos, se extrañó al notar que estaba en un lugar que no había visto nunca. A su lado no estaba la niña, y posado en su pecho cantaba un pajarito color marrón.




Comentarios