Cuentos de Corso el Payaso: ¿Aceptas?


- ¿Sabes? Esto no te lo he contado nunca, siempre me ha dado pena admitirlo, pero nuestra historia inició mucho antes de lo que crees. Inició desde que éramos unos niños que cruzaban el colegio.- dijo él, armándome de valor para iniciar el propósito de la velada. Tomó aire y continuó: Yo también estudiaba en el colegio Carazo Madriz, no iba a tu misma clase, pero te veía todos los días en los pasillos. Desde ese entonces te consideré la mujer más bella que existía. Siempre me llamó la atención que, a pesar que todas las demás usaban pantalón, preferías usar el uniforme con falda, te hacia ver mucho más femenina, sobresaliente y un poco más intelectual, a la antigua. Como mis amistades no se encontraban en el liceo (ni en otra parte), dedicaba el tiempo de los recesos en retratarte en las páginas finales de mis cuadernos de apuntes. Recuerdo que tu imagen se encontraba en el medio de la hoja, y en el contorno (para rellenar la hoja) escribía poemas dedicados a ti, tontos poemas, pero palabras sinceras de un niño de catorce años enamorado.

Una vez, recuerdo que fue en agosto, me convencí que debía hablarte. Me arme de coraje para dirigirme a ti, así que te busqué por todo el colegio con una pequeña rosa improvisada. Te busqué todo el día, sin embargo, no te encontraba. Creí que ese día no habías ido a lecciones pero al final del día te vi. Ibas tan resplandeciente como siempre, noté que nuestras miradas se cruzaron por un segundo y me sonreíste, luego te volteaste y seguiste riendo con tus amigas. Ese pequeño gesto fue lo que me impulso caminar hacia ti muy decidido a hablarte.

Veo por tus ojos de sorpresa que no recuerdas ese momento. Tranquila, era de esperarse, yo era un don nadie, además, a pesar del valor que tenía, no llegue a hablarte. Cuando me faltaban como veinte metros, apareció de repente ese muchacho. ¿Cómo se llamaba? Ah sí, ya lo recuerdo, se llamaba Rafa. En fin, cuando llegó, te sujetó por la cintura y le correspondiste con una sonrisa genuina, muy distinta a la sonrisa automática/social que me habías hecho. Entonces lo supe, entendí que jamás te fijarías en mí mientras fueras feliz con él.

Es curioso como existen heridas en el corazón que nunca se apagan, aunque ya han pasado diecisiete años de eso, aún recuerdo ese día gris donde un pobre muchacho con una flor en la mano, se le rompió por primera vez el infantil e inocente corazón. El dolor por celos se fue muy rápido, porque ese dolor se modificó al enterarme que te habías mudado a otra cuidad, muy lejos de acá. Luego me enteré que fue por razones laborales de tu padre, sus proyectos te llevaron a la zona norte del país. Rafa parece que se tomó muy bien la noticia, ya que en menos de dos semanas ya tenía una novia nueva, mientras yo, aún con la mente ingenua de catorce años, me prometí encontrarte apenas fuera “grande”, sea donde sea. En esas edades realmente nos enamoramos, es un amor inocente, un fuego que consume cualquier cosa, pero como pasa la mayoría de la veces, las promesas se las lleva el tiempo.

Cinco años luego de eso, te había olvidado completamente. Hice amigos, conocí gente nueva y debo confesar que también me gustaron una que otra dama, pero todo ello se opacó cuando te volví a ver, en esa tarde de diciembre, cuando interrumpiste la sala de eventos de la fiesta de fin de año del trabajo. Don Lewis se me acercó con una mirada conspiradora y me dijo: “¿acaso no ha sido una excelente contratación?” Le devolví la sonrisa y creo que vio algo en mí, algo que lo impulsó inmediatamente a llamarte para presentarnos directamente. Y así fue…
La simpleza y naturalidad como suceden las cosas, las mejores cosas, siempre se dan de esa manera: simple.
¿Lo recuerdas? Tu apretón de mano fue firme, a pesar que tu mano es suave como seda. Acepto que tu voz nunca ha sido la más melódica que haya escuchado, pero nunca me ha desagradado, me ha parecido tiernamente chistosa. Ese traje ejecutivo hacia sobresalir enormemente tu poder femenino, y casi río al ver que aún preferías la falda que pantalones. ¿A qué se debe eso? Ahora te conozco más que a mí mismo, pero eso nunca lo he entendido.
Aunque el momento fue impactante y sentía que el corazón se me salía de la emoción, la vida me ha enseñado a reaccionar sereno ante las mujeres, casi indiferente. Espero que no te haya parecido mal educado. Estoy seguro que no, porque me acompañaste durante el evento, incluso al finalizar la noche, ya un poco ebrios, tomaste mi mano para bailar y yo, que nunca lo había hecho, bailé al son de tus suaves pasos. Es curioso, lo recuerdo vívidamente como si fuera ayer: el mundo se desvaneció a nuestro alrededor bailando lenta y torpemente. Al final de la fiesta, cuando te fuiste, recordé la promesa que había hecho de encontrarte de nuevo. Junto a ese pensamiento tuve la mayor revelación, como si una pedrada de iluminación hubiera golpeado mi sien: El destino me la ha puesto de nuevo en mí camino para que sea mía, y yo suyo. No debo desperdiciar esta oportunidad. Pero la vida es así de irónica, me puso nuevamente a tu lado, pero no estabas sola.

Creo que fue muy rápido como nos hicimos amigos, tuvimos una conexión automática desde el día uno. Me gustaba escuchar tus historias de niñez y adolescencia, como te convertiste en lo que eres, incluso adoré la historia de tu boda. También me divertía contándote la mía, exagerando en algunos detalles para hacerte reír, pero siempre ocultando la experiencia de que te conocía desde niños, me pareció que no era necesario que lo supieras, no sé si por vergüenza en que era un don nadie, o por el simple hecho que ni tú ni yo, éramos ya esos niños, así qué más da ese dato.

El primer año te soñaba todos los días, siempre me dormía y despertaba pensando en cómo estabas, y antes de preguntarlo directamente, recuerdo que te enviaba al teléfono un chiste o imagen graciosa, y dependiendo de tu respuesta (si es que a había) adivinaba tu humor. Ese año me pareció tan mágico y dramático a la vez, siempre tenía en el pensamiento si me declaraba o no, pero el miedo al rechazo por estar casada me detenía cuando decidía intentarlo. Así fue hasta que logré tener el mismo pensamiento que tuve con la experiencia de Rafa años atrás: “Jamás te fijarías en mí mientras fueras feliz con él”. Cuando te enteraste de su desaparición, pasaste semanas angustiada, dejaste el trabajo y tu vida social cayó de repente. Es entendible, era tu esposo y sé lo que lo amabas.
Nuevamente estabas disponible para mí, pero cómo acercarme a ti si tú, en ese momento, no eras tú. La desaparición de tu esposo impactó tan dentro de ti, que para serte franco, ya no eres la misma desde entonces, ahora eres más sombría, dudas de todo, perdiste toda confianza que había en ti y en el resto de las personas, incluyéndome. Eso no me detendría, poco a poco me convertí en un amigo incondicional para ti, siempre que me necesitabas estaba para ti. Te escuché llorar, te escuche maldecir todos los días, escuché todas tus teorías del por qué te abandonó de repente (aunque ahora sabes dónde está). Yo siempre escuché callado todo lo que decías… es lo que hace una buen amigo
¿no?

Recuerdo perfectamente la noche del primer beso. ¿Lo recuerdas? Me llamaste de madrugada. Generalmente yo mantengo el celular apagado mientras duermo, pero dado a tu situación, lo mantenía encendido por si me llegaras a necesitar como apoyo en esas noches frías y solas que tenías ocasionalmente. Cada vez se presentaban menos esos escenarios, pero esa noche era una de ellas.
La conversación fue rápida, unilateral y directa: “ven a mi apartamento ya, te necesito”.
Yo con treinta y un años sabía lo que significaba eso, por lo que me arreglé bastante bien en poco tiempo. Cada metro que me acercaba a ti sentía el corazón acelerando más y más, el rostro y las manos se me calentaban de la impaciencia, sin embargo, tuve la lucidez de pasar por una licorería (de esas que están abierto las veinticuatro horas) para comprar un Merlot.
Cuando toqué a tu puerta y me recibiste, recuerdo que te vi en esa camisa se botones, manga larga, gris y por el tamaño, deduje que era masculina (presumo que era de tu esposo). No llevas ni falda, ni pijama, ni nada que cubriera tus piernas… esas delgadas y perfectas piernas que mostrabas orgullosamente desde que eras adolescente. En ese instante tuve dos pensamientos tan fugaces como rayos: primeramente pensé que eras la mujer más hermosa que existía en el planeta, esa figura cualquier hombre y mujer la desearía. El segundo pensamiento es que no estabas llorando, parecías serena, pacífica, como si tu crisis se apagara al igual que una vela gastada, por lo que la compra del vino fue un acierto. En el umbral de tu puerta, me tomaste con esa mano de seda y me llevaste al sillón de la sala. Nos sentamos e inmediatamente me contaste tu última conjetura del por qué tu marido te dejó por otra. Uniste cada detalle de tus últimos tres años de relación con él y formulaste una teoría casi perfecta, por poco me creo esa teoría, aunque sabía que no era una teoría, sino una excusa para que sucediera lo nuestro. Tomaste la copa de mi mano con rapidez y delicadeza, luego la pusiste en la mesa de sala que teníamos al frente y me besaste. No fue un beso tierno de alguna persona que se mantiene triste o desesperada por cariño, sino fue un beso con pasión y lujuria, que permitió que pasara nuestra primera vez. Yo creí estar preparado para la experiencia, pero realmente no lo estaba. Mis manos temblaban mientras sujetaba tus muslos, mis labios temblaban mientas te besaban. Fue la experiencia más excitante y placentera de mi vida.

Los siguientes meses fueron de sueño para mí, yo permanecía en una nube día con día. Todos los días esperaba el mensaje tuyo que aparecía tarde o temprano, y yo, contestaba inmediatamente.
Siempre estuve para ti cuando me llamabas, sin importar lo que me mantuviera haciendo en ese momento. Te cocinaba, te lavé la ropa, hasta te limpié el apartamento cada semana, hacía lo que fuera necesario para que te mantuvieras cómoda al lado mío, para que sanaras rápido la ausencia de tu marido, para que dejaras de llorar todas las noches cuando creías que yo dormía.
Pero no lo lograste, no pudiste sanar nunca esa herida, sin importar que hiciera yo, no lograbas ser feliz conmigo. ¿Por qué? ¿Por qué no eras feliz conmigo?
Todos estos años me mantuve equivocado pensando que tu felicidad conmigo siempre se vio eclipsado por un tercero, pero en ese entonces no había nadie, y aun así no querías estar a mi lado.
Llegaste esa tarde, hace siete meses, para hablar conmigo. Viniste a decirme que era un error haberte involucrado conmigo, ya que no lograbas superar a tu desaparecido esposo. Me dijiste que necesitabas estar sola, que me querías pero como un amigo. Dijiste que necesitabas llenar ese vacío con amor propio. Recuerdo que sentí como la decepción se clavó directamente en mi estómago, como un enojo recorrió todo mi corriente sanguíneo hasta el punto de nublar mi vista… aunque perfectamente pudieron haber sido lágrimas.

En fin, eso ya ha pasado.
Solo Dios sabe lo que me ha costado mantenerme a tu lado, ya llevamos casi siete meses compartiendo el mismo techo y algo he sabido (o confirmado) durante estos meses y es lo siguiente: Te amo, te amo desde que éramos unos niños y el significado del amor era más abstracto e iluso de lo que es hoy en día. Te amo más que nadie te ha amado ni te amará. Eres la única rosa de mi jardín que adoro, sin importar las heridas que tus espinas me han marcado. Te amo a pesar que aun lloras todas las noches en esta habitación, te amo aunque comprenda que no sientes lo mismo, pero al igual que todos estos meses, haré lo que sea para que llegues a sentir lo mismo que siento yo.
Por todo lo que te he dicho y he demostrado, es que me encuentro de rodillas frente a ti para decirte que no imagino mi vida sin ti, eres el norte que me ha guiado desde adolescentes, he hecho todo lo permitido y prohibido por ti… simplemente eres mi mundo, y sin mi mundo no puedo vivir. Toma este anillo como símbolo de que aceptarías mi propuesta de que seas mi mujer, que te cases conmigo, que vivas eternamente conmigo y que seas mía, como yo soy tuyo… ¿aceptas?

Ella, con lágrimas en los ojos, le contesta con gran sentimiento:
- ¡Suéltame de las malditas cadenas, loco de mierda!- gritó desesperada, mientras pateó el balde con orina que había servido de sanitario los últimos meses.
- ¡Entiende, porque te amo es que estás así!
- Tú no sabes lo que es amor, esto no es amor.
- Claro que lo sé, haría lo que fiera para que estuvieras a mi lado.
- ¡Tú lo mataste, mataste a mi esposo!!
- Era la única forma para que estuvieras a mi lado- contestó él tranquilamente.
- ¡Eres una mierda, siempre lo has sido, desde que eras un niño sin huevos para hablarme! Pero hiciste bien, nunca me hubiera fijado en ti, de hecho, nunca lo hice, si estuve contigo fue solo por sexo, para matar mis noches de desesperación, así como lo hice con cinco hombres más, porque tú no eres suficiente homb…
En medio de los gritos de ella, él volvió a sentir como se le nublaba la vista, pero ya habían pasado siete meses. Respiró profundo, sacó de su bolsillo una jeringa nueva, pero con la misma droga tranquilizante y pensó: “hoy no es el día, aun no estás lista”. Así, de forma pacífica, se acercaba a ella.




Autor: Esteban Cordero aka Corso

Comentarios