Laberinto



Valerio despertó.
¿A donde estoy? ¿Cómo llegué aquí? ― Se preguntó confundido mientras abría los ojos. Sentía como si hubiera dormido una eternidad.
Está demasiado oscuro, pero este lugar no parece ser mi apartamento. ¿Por qué dormí en el suelo?― pensó extrañado. Tenía tantas preguntas que ni siquiera se preocupó por responderlas, decidió simplemente encender la luz y que sus ojos le ayudaran a hacerlo.
Al cambiar de posición para levantarse, notó que su espalda había sufrido el no haber reposado sobre una superficie más suave, pero la sorpresa acompañada de preocupación apareció cuando intentó ponerse en pie: sintió un dolor punzante en la parte interna del muslo derecho, muy similar al que había sentido años atrás cuando se había desgarrado el cuadriceps jugando futbol. Afortunadamente esta vez el dolor no era tan agudo.
Se llevó la mano izquierda a la bolsa del pantalón para alumbrarse con su teléfono celular, pero se percató de que la bolsa estaba vacía.
Arrugando la cara y sosteniéndose el muslo con la mano derecha, logró ponerse en pie. Caminó hacia adelante, intentando buscar alguna pared para seguir con sus brazos hasta encontrar un interruptor, pero tuvo que dar más pasos de los que imaginó hasta llegar. La pared estaba fría, y se sentía muy sólida, de un material similar al concreto. No obstante por más que recorría la pared con sus manos, no lograba encontrar un interruptor.
Comenzó a sentir se miedo que siempre acompaña el no saber lo que está pasando, y que se comienza a intensificar a medida que tardan en llegar las respuestas.

Valerio de niño fue educado en la fe Cristiana de sus padres, misma fe que confirmó personalmente en su adolescencia, pero que había abandonado desde hace muchos años ya… La había sustituido por la Ciencia y el uso de la razón.

Caminaba lentamente, a la velocidad que le permitía su pierda derecha, en distintas direcciones, siguiendo la pared con sus manos, sin embargo no lograba encontrar nada más que pared, y la pared no parecía terminar nunca. ¿Era eso alguna especie de laberinto? Por más que caminaba no llegaba a ningún lugar. Decidió hacer lo que cualquier tipo racional haría: detenerse y ponerse a pensar.
¿Y si estoy secuestrado? ¿Con qué fin me podrían haber secuestrado? No tengo suficiente dinero y no provengo de una familia acomodada, nadie pagará mi rescate — pensó después de fallar nuevamente en recordar algo útil. Pero recordó a Karen, ¿Qué habría hecho ella en esta situación?  se preguntó.

Por algún motivo, cuando se está a solas en la oscuridad, el tiempo sigue reglas distintas, se vuelve casi inmedible.

Al no tener claro el escenario en el que se encontraba, tenía mucho miedo de hacer ruido, pero ya había agotado sus opciones, y empujado por su desesperación, comenzó a gritar por ayuda. Sin embargo nada ocurría, gritó tan fuerte como pudo, pero el resultado fue el mismo.
Se volvió a tirar al suelo a esperar que algo pasara, pero lo único que pasaba eran las horas (al menos así lo sentía). El hambre se había vuelto tan grande que se sentía débil, entonces decidió dormir un poco más...

Despertó nuevamente, y para su desgracia, todo parecía seguir igual. Excepto que ahora le dolían ambas piernas, y era un dolor mucho más fuerte que antes.
¿Por qué ahora me duele la otra pierna también? ¿Cuánto tiempo he dormido esta vez? ¿Cuánto tiempo llevo aquí? ¿Alguien me estará buscando afuera?  se preguntaba desmotivado. En un esfuerzo por intentar ordenar sus recuerdos, revivió aquella charla que tuvo con Luciano:
―¿Crees realmente que el amor pueda traspasar las barreras del espacio y del tiempo?― le consultó incrédulo Valerio.
―Estoy seguro que sí, el amor puede incluso traspasar la barrera de la vida― le contestó Luciano.
Esa conversación parecía haber acontecido hace mucho tiempo ya, y recordarla le hizo sentir nostálgico. ¿Por qué no había podido amar a Karen?― la pregunta que siempre se hacía. Hubiera dado casi cualquier cosa por un abrazo de ella en ese momento, un abrazo de los de verdad, de los que le hicieron sentir pleno tantas veces.
Intentó ponerse en pie nuevamente, pero con ambas piernas dañadas era imposible, el dolor era terrible. Comenzó a arrastrarse por el suelo, cada vez más consciente de la situación en la que se encontraba, sintiendo un terror real y temiendo por su vida.
Le hubiera encantado ser un creyente de esos que van a la iglesia todos los domingos y pagan gustosos el diezmo, tal vez de esta manera hubiera podido permitirse rezar para no sentirse tan solo…
Se había arrastrado por horas pero sin encontrar ninguna puerta. La debilidad era enorme y ya no podía más. Con la esperanza de ahorrar algo de energía,  se quedó dormido otra vez...

Volvió a despertar, esta vez vomitando sus jugos gástricos. Ahora su espalda se sentía destrozada también, ya no podía moverse del todo. No intentó nada más, ya no tenía caso luchar, sabía que moriría ahí. Aceptar su muerte le daba una especie de paz. Con los ojos cerrados (o abiertos, daba igual) se puso a recordar sus momentos felices con Karen, tal vez si era cierto lo que decía Luciano― reflexionó con una leve sonrisa.

El dolor ya era insoportable, sabía que el momento había llegado. Recordó lo que aprendió de niño y antes de desvanecerse por completo, pronunció en su mente "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu…" Y de repente todo se iluminó.


Autor: Arturo Sotela aka Ringeril

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